Jorge Isaacs A los hermanos de Efraín He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquél a quien tanto amasteis y que ya no existe. Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos pesares que debía sufrir después. Mis hermanas al decirme sus adioses las enjugaron con besos. María esperó humildemente su turno, y balbuciendo su despedida, juntó su mejilla sonrosada a la mía, helada por la primera sensación de dolor.
Gender Las cuatro frases que debes aprovechar en la cama: éxito seguro Lírica y sensualidad, una mezcla interesante; conoce aquí algunos versos. Fotos: Internet. Georges Bataille afirma que la poesía nos conduce al mismo punto que todas las formas del erotismo: la cielo. A lo largo de la biografía diversos filósofos y poetas han oral acerca de un nexo indisoluble entre ambas, un vínculo forjado en los terrenos de la muerte, el amorel goce y la sexualidad humana. El poema erótico rinde pleitesía a los sentidos y a la voluptuosidad a través de la contemplación del otro, cada línea enaltece el acto afectivo o exalta los deleites sensuales transformando a la conducta sexual en un rito solemne; los cuerpos ya no son sólo carne y vísceras: son mares que se agitan y mezclan, son lodo y arcilla donde se hunden las manos curiosas o manantiales cristalinos que se derraman; los vientres son selvas densas; las caderas, dunas; los brazos se convierten en ramas y los labios son ciruelas dulces que se muerden hasta el cansancio. De esa manera el erotismo se convierte en una experiencia transgresora, adonde los amantes declaran sus pasiones y viven la exuberancia de las sensaciones de forma extraordinaria. Desde ha apuntado artículos de sexualidad y salud emocional para distintos medios locales.
Había realizado parte de sus aspiraciones. Época temido, se había vengado; sus numerosísimos robos le habían producido un borceguí cuantioso; disponía a discreción del faltriquera de los hacendados. Eran los goces del amor, pero no esos goces venales que le habían ofrecido las condescendencias pasajeras de las mujeres perdidas, sino los que podía prometerle la pasión de una mujer hermosa, joven, de una clase social superior a la suya, y que lo amara sin reserva y sin condición. Manuela habría sido para él una madama imposible cuando medio oculto en la comitiva servil del rico hacendado atravesaba los domingos las calles de Yautepec. Entonces, era seguro que la linda hija de una familia acomodada, vestida con cierto lujo aldeano, y que recibía sonriendo en su ventana las galantes lisonjas de los ricos dueños de hacienda, de los gallardos dependientes que caracoleaban en briosos caballos, llenos de plata, para lucirse delante de ella, no se habría fijado tampoco un instante en aquel criado decolorado y triste, mal montado en una silla pobre y vieja, y en un caballo inferior, y que se escurría silenciosamente en pos de sus amos. Él no buscaba el apoyo de la virtud en las penas de la vida, sino las emociones groseras de los sentidos para lijar la fortuna de su situación actualidad.