La mujer en la antigüedad y en nuestros días Concepción Gimeno de Flaquer Poca importancia podía tener la mujer en aquellas edades en que la razón, la justicia y los derechos eran usurpados por el fuerte, en detrimento del débil. Felizmente vamos caminando hacia el progreso, hacia la verdadera luz que ha de rasgar las densas brumas que encapotaban los limitados horizontes de la mujer de la antigüedad; felizmente nos hallamos próximos a alcanzar para la mujer una igualdad bien entendida. En la sociedad actual la mujer que trabajó recibe unos honorarios que no compensan sus esfuerzos, que no pueden sufragar sus necesidades. Criterio tan erróneo para juzgar a la mujer; hijo de rancias e injustificadas preocupaciones, tiene que sufrir gran reforma. La situación de la mujer en la antigüedad era tristísima cual la del paria y el ilota. Dirijamos una mirada retrospectiva a aquellos pueblos que negaban a la mujer todo respeto y consideración; establezcamos un paralelo entre sus costumbres para con la mujer y las costumbres de hoy, creadas por la moderna civilización, y nos veremos alentadas ante la consoladora esperanza de un mañana cercano, favorable a la causa de la mujer. En algunos pueblos griegos y romanos, la mujer no podía hablar sin permiso de su señor, ni sentarse a su mesa.
En el Génesis 3 se describe con precisión sorprendente el fenómeno de la vergüenza, que apareció en el primer hombre juntamente con el pecado exótico. Una reflexión atenta sobre este libro nos permite deducir que la vergüenza, subintrada en la seguridad absoluta ligada con el anterior estado de limpieza originaria en la relación recíproca entre el hombre y la mujer, tiene una dimensión profunda. A este respecto es preciso volver a leer aun el final el capítulo tercero del Génesis, y no limitarse al versículo 7 ni a los versículos , que contienen el testimonio acerca de la primera experiencia de la vergüenza. Las palabras pronunciadas al principio parecen referirse a una minoración particular de la mujer en relación con el hombre. Por primera vez se define aquí al hombre como marido. En todo el contexto de la fábula yahvista estas palabras dan a captar sobre todo una infracción, una aborto fundamental de la primitiva comunidadcomunión de personas.
Se las regaña, aconseja y ordena, todo un mundo de señalamientos a acompañar. La contradicción extrema: el lenguaje que silencia; esto es, a través del habla se induce al mutismo. Especialmente se apunta a la ridiculización del lenguaje intragenérico en los pocos espacios que las mujeres tienen -o tenían hasta hace poco, ya que por los cambios tecnológicos y las formas de vida en determinadas sociedades esto ya no es así- para andar y comunicarse. El consenso de opiniones intergenérico en este sentido nos apunta a la hegemonía del modelo cultural gramsciano, en donde los dominados comparten con los dominadores, hasta cierto punto, las creencias y valores socialmente establecidos Gramsci Como decíamos, esto queda bastante patente, al poner los refranes en boca de las mujeres, la cuento censuradora o impugnadora de su genuino comportamiento lingüístico, asumido al parecer y reproducido, como agentes sociales activas que son. Desde una posición que se columpia entre el menosprecio y el miedo, el comportamiento lingüístico de las mujeres ha sido duramente sojuzgado y sancionado por los mensajes orales de la cultura popular y concretamente, como estamos viendo, por el discurso tallista del refranero. Las mujeres han estamento tradicionalmente olvidadas, excluidas y cuando se las tiene en cuenta es para callarlas, censurarlas, insultarlas o ridiculizarlas. Pese a todo lo cual, se considera que el silencio no sólo es muestra de dominación, también es principio de poder Tanneny a la inversa, todo depende de cada contexto en particular.